Bipolares, os dejo una escena completa de La chica de servicio, 3. Y ríndete. Que a mí personalmente me encantó escribir. Momento emotivo de esta pareja que tanto me está dando. Vosotros leísteis el principio... ahora podréis leerla tal y como es:
Corro y respiro el cálido aire de julio. Los recuerdos se hacen patentes y, aunque estuve mal, decepcionada y dolida, él me dio tiempo y yo no tuve suficiente. Quizá, de haber actuado de otra forma... Nada tiene sentido.
—¡Gisele! —Me detengo sin volverme. Es él y su tono, furioso—. Maldita seas, es el bautizo del hijo de tu mejor amiga. ¿Cómo puedes ser así?
Enseguida sé a qué se refiere.
—Huir no es lo mejor, ¿sabes? Scott estaba muy ilusionado con tenerte aquí y Noa también en un día como hoy.
—Déjame sola, por favor.
Sin que yo lo espere, choca con mi cuerpo desde atrás... Gimoteo y percibo su respiración entrecortada, su rudeza al recordarme áspero en mi oído:
—No te pido nada para mí, Gisele —masculla—. Todo lo que te pedí me lo diste para más tarde arrebatármelo. Hablo en nombre de tus seres queridos.
—Matt...
—No, maldita sea, este Matt no quiere oír ni una sola mentira más de tu boca. —Su advertencia es severa, luego se aleja y exige—: Por una vez no pienses en ti, hazte ese favor para recuperar lo que tú misma borraste de tu vida sin ningún tipo de remordimiento.
—¿Recuperar? —murmuro con un siseo. Oigo una risa, ¿irónica?—. ¿Me hablas...?
—De tu familia. Conmigo no hay nada que tengas que recuperar y no juegues con esto, Gisele —me advierte—. No me hagas creer que te importo, no ahora. Porque ya no te creo.
Me lastima, mi coraza ante él se rompe y mis sentimientos salen a flote... Grito impotente y me ahogo, me asfixio. Me aborrezco.
—¿Qué pasa, Gisele?
No me doy la vuelta, un ataque de ansiedad me acecha y no puedo respirar. El nudo en el pecho oprime mi respiración. Lo veo todo negro y borroso... Sé que me voy a desmayar y él percibe la fragilidad de mi cuerpo, porque dice:
—Me estás asustando, deja de hacer esto.
Con torpeza, me vuelvo buscando su mirada. Palidece al ver mi rostro, seguramente más blanco que el suyo. Asustada, alzo la mano para que me ayude, siento que me voy a caer.
—No. —Deja desplomar mi mano en el vacío—. ¿Es tu coche?
—Sí...
La visión de su silueta es borrosa. Mantiene la compostura, la distancia... Hasta que él puede más que su dura fachada y me sujeta del codo, llevándome hasta otro vehículo, supongo que suyo. No lo reconozco.
—Entra, voy a llevarte a casa de Noa y Eric.
Abro con esfuerzo y caigo en el asiento. No tengo aire, no soy tan fuerte. Me duele haberlo abandonado, traicionando la confianza que depositó en mí. Se lo prometí y no cumplí, como le reproché a él tantas veces.
—Bebe agua —me ordena alterado—. Gisele.
—No puedo.
Sus manos tiemblan cuando me sujeta la cara y me acerca la botella de agua a la boca. Mira mis labios y su respiración lo delata... Está trastornado, nervioso. Mi piel arde, la electricidad quema.
—Matt. —Cierra los ojos con tensión al rozar mi tez—. Sácame de aquí, por favor.
—Creía que no vendrías —susurra, observándome fijamente—. No hables, no ahora.
El agua resbala por mis labios y él me suelta como si le quemara mi contacto... Me examina negando con la cabeza, pensativo, y con el pulgar seca una gota que resbala por el contorno de mi boca. Temblamos. Es suave, cuidadoso... y me evita.
Arranca el coche y pone música. Me extraña el momento que elige para hacerlo. Abre las ventanas para que me dé el aire. La letra de la canción me agarrota. Raúl Ornelas canta Manías y Matt me mira de reojo... con los dientes apretados.
La noche huele a ausencia,
la casa está muy fría,
un mal presentimiento,
me dobla las rodillas.
Te busco en el espacio,
de mi angustiada prisa,
y sólo encuentro rasgos,
de tu indudable huida.
Adónde vas, por qué te vas,
por qué dejaste un gesto,
de ti por cada esquina.
Si te llevaste tanto,
en solamente un día,
no te costaba nada
cargar con tus manías.
Se te olvidó el aroma,
y el eco de tu risa,
se te olvidó llevarme,
pedazo de mi vida.
Hablando con tu foto y la melancolía,
después de largas horas,
por fin se asomó el día.
Pero mi fe se pierde
buscando mi agonía,
una señal más clara,
para entender la vida.
Adónde vas, por qué te vas,
dejaste mil fantasmas
detrás de las cortinas.
Si te llevaste tanto,
en solamente un día,
no te costaba nada
cargar con tus manías.
Se te olvidó el aroma,
y el eco de tu risa,
se te olvidó llevarme,
pedazo de mi vida.
No sé en qué segundo me he emocionado. Ya no respiro, sé que me voy a desmayar. Por la ansiedad y la presión, por su mensaje subliminal. Nos hemos amado tanto en apenas siete meses juntos y hoy, tras otros seis separados, ¿no queda nada? Aun así, necesito saber qué diría y, cuando me contempla, deslizo los dedos por su mejilla... gime y, casi sin voz, pregunto:
—¿Sigo siendo un pedazo de tu vida?
Titubea, leo cierto tormento al permitirme que acaricie su pómulo.
—Lo fuiste... —Hace una pausa y, con voz ronca, susurra—: Fuiste mi vida entera.