domingo, 10 de enero de 2016

Descubre No me prives de tu piel:



Prólogo
Más decidido que nunca a tomar las riendas de mi vida, a salir de
entre las sombras en las que me había visto obligado a refugiarme,
entré en Prohibido, el famoso local de moda al que me había invitado
Eloy Cárdenas, mi amigo, y, gracias a su generosidad, ahora
mi socio. Lo conocía desde que éramos adolescentes, aunque
habíamos perdido el contacto al acabar los estudios.
Sin embargo, como necesitaba huir con desesperación de la
precaria situación económica en la que me veía envuelto, lo había
buscado dos meses atrás, cuando me planteé retomar mi trabajo
como arquitecto y afrontar mis problemas, recuperar mi fortuna
y dejar al cobarde en el que me había convertido en el pasado.
Recién divorciado, con treinta y dos años... y de nuevo solo.
Con toda la vida por delante. Un buen futuro. Grandes planes.
Ésa era la primera noche que, después de mucho tiempo, salía
con la intención de disfrutar plenamente de mi libertad; una noche
en la cual, y por fin, no me avergonzaba de tener la mejilla
marcada, incluso me la dejé al descubierto; sin ser perfecto pero
sin secretos, siendo yo mismo, tras tomar la desesperada decisión
de poner punto final a mi calvario.
Me colgué el casco de la moto en la muñeca de la mano derecha
y me peiné el pelo hacia atrás con los dedos. Quizá no iba de
lo más elegante... pero sí cómodo. Camisa amplia de color crema,
cazadora oscura, pantalón vaquero con algunas arrugas y botas
negras sin abrochar.
—Entra —me invitó Eloy—. Mi «chica» —dijo en tono jocoso—
ya está dentro, arreglando sus cosas. ¿Qué, con ganas?
—Me tomaré una copa y me voy. Mañana estaré temprano en
el estudio con los últimos trámites. 
—Anda, no seas amargado, ya me dirás luego si te quedas o
no —se burló, entrando él primero—. Ya eres libre, que le den a
esa tía. Además, por fin vas a conocer a Pamela, la tienes intrigadísima.
Reí sin ganas. Sí, el momento de coincidir con su novia se había
postergado ocho semanas. Pero acababa de decidir que ya era
hora de exponerme ante la gente con total naturalidad, y de enterrar
los recuerdos de la fatídica noche en que mis planes se truncaron...
Y, tras fracasar en dos relaciones, debido en cierta parte a
ello, no podía seguir escondiéndome.
Dos mujeres: Viviana... y Eva Castillo.
Esta última mi ruina.
Después de los cambios habidos, iba dispuesto a acostumbrarme, a aceptar las reacciones de las personas al verme con la cara
descubierta; era una prueba para mí mismo, lo necesitaba antes
de enfrentarme a mi trabajo la próxima semana. De momento, no
había notado rechazo y eso me daba cierta esperanza de poder
hacer una vida normal.
—Y todo por la marca que tienes en la mejilla, ¿no? —aventuró
Eloy. Resoplé, poniéndome la chaqueta de cuero—. Es una
chorrada.
—No cuando se hizo.
—Pero ahora ya no te importa, si no, no saldrías... Lo hemos
estado preparando todo, encerrados. Ya te has acostumbrado
—insistió, haciendo un aspaviento—, si lo sabré yo.
—Lo estaba intentando hasta que me lo has recordado, Eloy.
Te gusta tocar las narices.
—Un poco..., pero sabes que tengo razón.
Opté por ignorarlo.
—¿Qué te parece? —mepreguntó él, señalando a su alrededor.
—Está bien. Diferente.
El elegante local se hallaba en las afueras de la famosa capital.
Eloy me había comentado que Prohibido abría de viernes a domingo.
Y siempre estaba abarrotado de un morboso público.
Era amplio, con espacios abiertos. Los clientes lo pasaban
bien, bebiendo u observando a las desinhibidas bailarinas, que se contoneaban cargadas de erotismo y, por supuesto, ligeras de
ropa.
—Un martini seco, por favor —pedí, sentándome a la barra.
Me sentía agobiado al estar casi en la ruina. Creer que el dinero
sería eterno y esconderme había sido mi gran error—. Doble.
—Otro para mí —dijo Eloy a mi lado. Lo miré de reojo y sonrió
picarón—. Lo necesito para el aburrimiento —se excusó alegremente.
—¿Aburrimiento? —repetí. Y apostillé—: ¿Te aburres aquí?
—Sí, esto no es para nada mi rollo, pero mi «chica» —repitió
la última palabra con aquel tono especial. «Pesado»— tiene una
amiga que es bailarina y no quiere perderse su esperada actuación,
ya que esta noche estrenan algo. No sé qué ni me importa...
¡Me cae fatal! En fin...
—Ya las conoces —respondí divertido y, curioso, añadí—:
¿Cuál es?
Enseguida torció el gesto.
—La amiga —aclaré divertido, alcanzando la copa.
—Está en el camerino, la Gata saldrá en breve. —Enarqué una
ceja al oír el llamativo apodo—. Así la llaman. Se ha convertido en
la mujer más deseada de aquí... No entiendo por qué.
Mi curiosidad aumentó a una velocidad de vértigo.
—Ahora la verás —dijo, levantando el vaso—. Bienvenido,
Leo, no seas nenaza y tíratela, que tiene pinta de ser muy fogosa.
—Paso...
—¡Cómo está de disciplinado mi querido arquitecto...! Te
hace falta una buena noche de sexo. Sí, sí —se rio—, cómo echaba
de menos estos momentos.
—Por nuestra amistad. —Chocamos las copas para brindar.
—¡Porque esta noche pilles y metas hasta el fondo!
Negué con la cabeza, mojándome los labios.
—Por cierto —me dijo más serio—, tienes la tarjeta de crédito
de la empresa a tu total disposición; utilízala como quieras y para
lo que quieras.
—Gracias —susurré asqueado—. La casa está en venta, espero
encontrar pronto un comprador.
—Pues es cara, ¿eh? Pero ¡he dicho que no te preocupes, hombre!
Me dio un apretón en el hombro. Yo opté por beber y olvidar.
—¡Ya estoy...! —Una voz femenina se interrumpió en seco.
Miré detrás, encontrándome con una rubia que nos sonreía a los
dos—. Perdón —se excusó con Eloy—, no sabía que estabas
acompañado... Soy Pamela. —Me saludó con la mano y añadió—:
Ya va a salir mi gatita.
«¿Gatita?»
—Leonardo Ferrer... —me presenté cortés, sin decir nada de
su amiga.
—Ay, Pam —suspiró Eloy—. Ve preparándote —le susurró
luego—. Tenemos una cita, no te olvides.
—No. —La cara de Pamela cambió y, al mirarme de nuevo, se
percató de la marca en mi rostro. Me incomodó, aunque lo disimulé
y ella trató de hacer lo mismo—. No sabes cuántos regalos
le han llegado, ¡el camerino está lleno!
Sonreí, rascándome la nariz y conteniendo una carcajada, pues
Eloy la estaba ignorando mientras ella, ajena a eso, parecía entusiasmada
con los obsequios de su amiga. Pamela era guapa, con
buen cuerpo y cursi. Menuda joya.
—Voy a arreglárselo un poco. —Caminó dos pasos hacia
atrás, despidiéndose con la mano, y al tercero se cayó sentada en
una silla.
»¡Coño! —exclamó.
—Anda, ve, anda. —Eloy la ayudó, soltando otro largo suspiro—. Te espero, cariño.
—Sí...
Habría que ver cómo era la amiga, pensé, pidiendo otra copa,
a punto de reír.
La música empezó a sonar, al principio baja, pero poco a poco
fue subiendo de tono. Me tomé el martini doble, aunque dejando
pasar los segundos entre trago y trago, pues ya no bebía como
antes, y, girando el taburete, paseé la mirada por un grupo de
mujeres que salían juntas al escenario.
Eran unas cinco. Todas altas, atractivas... engreídas... Se notaba
que el club era de nivel, es decir, un sitio selecto y exclusivo.
¡Un momento!
De pronto mi cuerpo se alertó, haciendo incluso que me levantase del asiento y cobrando vida propia. La bilis se me subió a
la garganta. El corazón me dejó de latir. No, no podía ser cierto.
Entrecerré los ojos, confirmando cruelmente mi alucinación. Un
intenso dolor se abrió paso en mi pecho y me desgarró por dentro.
Me quedé atónito al ver a una de las bailarinas. Me impactó,
me impresionó, pues la conocía muy bien. A ella, sus curvas y su
ahora iluminada y renovada mirada... De la que muchas noches
me había privado, aun estando juntos en el mismo espacio.
Por un segundo no supe cómo actuar... hasta que reaccioné.
Era ella.
Tuve ganas de subir y pedirle explicaciones, gritarle que no
tenía derecho a estar contenta cuando yo, por su culpa, lo había
intentado con otra sin conseguir nada, por haberla dejado ir
con él.
Parpadeé no sé cuántas veces, rompiéndome en pedazos. Pero
no se evaporaba, era una realidad que había necesitado con desesperación
y a la que me había impuesto no volver a ver... Odié
encontrarla allí. Provocándolos a todos, riéndose.
—No me lo puedo creer. —Eloy rompió a reír—. ¡Qué rápido
has sucumbido! Se te cae la babita... Anda, tíratela. Es morbosa,
seguro...
—¿Se acuesta con los clientes? —pregunté, estático y descompuesto.
Tuve que agarrarme a la barra, pues mi cuerpo sufrió un
bajonazo, incluso sentí arcadas ante su desvergüenza. La diversión
se acababa—. ¿Eloy? —reclamé.
—Que yo sepa, no. Va de digna.
Intenté evitarla desviando la mirada, pero sin conseguirlo.
Con ella sólo una vez había tenido poder de decisión sobre mis
acciones. Mis ojos no podían apartarse de Eva, aunque sufría al
verla. Llevaba una falda muy corta, azul eléctrico, a conjunto con
un top que marcaba a la perfección sus exuberantes pechos, muy
juntos y subidos. Acentuando su explosivo escote, el canalillo...
con la perfecta ondulación de un seno al otro.
Sus ojos grandes, azules y perfilados con un intenso color negro.
Labios rojos, generosos y sensuales. Un color que le gustaba...
Mi cuerpo llevaba la prueba de ello. El cabello de color de chocolate,
a la altura de los hombros y alborotado como el de un león.
Salvaje. El calor que empezó a recorrer mi cuerpo se hizo insoportable.
Me sentía ardiendo y a punto de explotar. Imágenes calientes
del pasado me asaltaron sin control. Sin compasión.
Imágenes de Eva confesando su amor por otro. Su... engaño. Y
me dolía.
—¡Venga, lánzate! —me empujó Eloy.
—No seas pesado —gruñí, apartándolo.
La curva del vientre plano de Eva, bien trabajado, como yo le
había enseñado a hacerlo, casi me hizo perder la cabeza de deseo
y decepción. Aquella cintura seguía siendo un pecado, decorada
con purpurina, sin permitir que su color de piel bronceado deslumbrara
por sí solo. Me puso cardiaco, no sólo por el precipitado
calentón, ya que aunque allí había muchas más mujeres con
las que poder desahogarme, yo no deseaba a otra: ella era única.
Había sido mi salvación, algo muy mío; por mí aprendió a cuidarse,
a quererse. Ambos nos enseñamos a aceptarnos tal como
éramos. Fue mi fiel compañera en la intimidad... Eva Castillo.
La mujer a la que había echado de mi vida tras un descontrolado
y desmesurado encuentro sexual. La humillé, le hice daño, la
avasallé con palabras y con las exigencias de aquella loca madrugada...
en la que descubrimos mucho más de lo que debíamos
saber. Me hizo daño conocer detalles y mentiras.
No volvió tras pedírselo yo, y quise creer que sería lo mejor.
«Qué equivocado estaba.»
La miré abiertamente y estuve a punto de darme cabezazos
contra la barra. ¿Cómo podía haberse recuperado tanto? ¿Pensaría
aún en mí? Cerré los puños y me contuve para no subirme al
escenario y llevármela de allí, aunque fuera a la fuerza. Y obligarla
a recordar lo que vivimos juntos. Las eternas noches de pasión,
la forma en que su cuerpo reaccionaba a mis caricias, pidiendo
cada vez más. Ahora no era ella... ya no la reconocía.
—Esto no puede ser... —siseé.
—¿Qué?
—Nada, Eloy —mascullé destrozado—, pídeme otra copa,
por favor.
—Pero ¿qué pasa? ¡Me parto de risa!
Eva se colocó en el centro del escenario con las piernas separa-
das, de espaldas a todos los que la mirábamos, destacando por
encima de las demás. Soberbia, juguetona... e irreconocible. Una
diosa. Empezó a mover las caderas, a sacudirse, provocando sensualmente
a los hombres, que gritaban por ella.
Los celos empezaron a apuñalarme como cuchillos afilados.
—¿Está con alguien? —le murmuré alterado a Eloy, quien se
volvió al mismo tiempo que yo la apuntaba con el dedo.
—No, hace meses que lo dejó con su novio. Creo que se llama-
ba Abel... —aclaró, sin dejar de descojonarse—. Soltera y entera.
Vacié los pulmones. ¿No había vuelto con él?
—Joder, Leo, te acabas de separar.
—¿Y qué? —mascullé.
—¿De verdad quieres complicarte la vida? Te recuerdo que es
amiga de Pamela, que estará cerca. Es complicado para querer
sólo una aventura... Es más lioso que todo eso. Leo, ¿me oyes?
—¡Que sí!
—¡Vaya! Joder, con Eva.
La recordaba cada noche... Dejó huellas, muchas. También me
hizo daño, me traicionó mientras estaba en mi cama, originó un
rencor que nunca conseguimos olvidar los dos y que me empujó
a comportarme como lo hice. Experimentaba por ella sentimientos
que rozaban la obsesión, intensos, que se convirtieron en agonía
al perderla. Traté de mantener la calma, de pensar que podría
estar bien con otras. En medio de aquella oscuridad en la que
nadie podía verme.
A ciegas, igual que con ella, pero nada funcionó.
Por su culpa, para borrarla de mi vida, me casé con una mujer
que me hizo daño... Y que no me hizo sentir como Eva, pues,
cuando la tocaba, era a ella a quien veía, su dulzura, la que ahora
parecía haberse evaporado encima de aquella tarima, mientras se
contoneaba para los demás.
Hacía dos meses que había tomado la determinación de recuperar
mi vida sin la máscara que ocultaba mi cicatriz. Eva ya estaba
olvidada. Pero esa noche, al volver a verla, mi mundo dio un
vuelco, se distorsionó y mis planes cambiaron. Sin salida. No podía
negármelo ni cometer otro error: la necesitaba, la echaba de
menos aunque no sabía hasta qué punto. No tenía ni idea de qué
sentía, pero lo averiguaría al precio que fuese. Lucharía.
Daría marcha atrás a todos mis planes. Necesitaba saber qué
pasaría, qué sentiría al volver a tocarla. Me escocían las manos ya
de pura necesidad...
—Anda, bebe —me incitó Eloy.
Cogí la copa a tientas, fatigado.
—Por Dios, ¿qué tiene esa tía? —se quejó.
—No lo sé... pero quiero conocerla cuanto antes.
A ella no podía decirle que yo era el mismo hombre al que
acariciaba a oscuras, al que se entregó durante cuatro meses, casi
todos los fines de semana... en una habitación... Tenía que ganármela
sin confesarle que era aquel que la había lastimado, o no me
daría la oportunidad ni me perdonaría. Un poco de misterio tampoco
nos vendría mal. Ella se había construido fácilmente otra
vida en la que no había sitio para mí, mientras yo la añoraba.
«¿Cómo será su vida?»
¿Le gustaría sin la negrura que antaño nos envolvía?
Ahora sería yo, con luz, y sin máscara... no me reconocería.
Sin recordarle al hombre que le había hecho daño, recuperan-
do al Leonardo que fui mucho antes de conocerla: directo, aunque
dando una de cal y otra de arena... Jugando con ventaja y a la
vez propiciando que me necesitara. De ese modo y poco a poco
conseguiría que dependiera de mí... de nuevo. Hasta recuperarla
si confirmaba que no soportaba alejarme otra vez de ella y, entonces,
no volver a dejarla escapar.
¿Y si no quería estar con ella más allá del sexo?
¿Y si con una noche me bastaba para descubrir que sólo que-
daba algo de deseo y nada más? Que ya no existía aquella especie
de magia, como antes... Pero ¿y si me quedaba enganchado de Eva
más que antes? Tendría que luchar...
Y si luchaba lo haría con las ideas claras, así lo olvidaría a él,
sería completamente mía, no sólo físicamente. Me impondría a
mis propias decisiones. A mi orgullo. Eva había sido mía... pensando
en él, pero eso me bastaba.
La máscara y mi voz susurrante, baja, la oscuridad ocultándole
quién era yo... ¿Y ahora? Desde aquel mismo momento, aprovecharía
para poner mi plan en marcha. Averiguaría si entre nosotros
seguía habiendo algo... Algo profundo más allá de mi
anhelo o de una mera obsesión por el simple hecho de no tenerla.
Vería si podría pasar al olvido con una sola noche de intimidad,
cuando se entregara a mí tan fácilmente como me temía que
podría suceder con aquella nueva Eva a la que, por más que contemplara,
seguía sin reconocer.
—Preséntamela —le ordené a Eloy sin mirarlo.
—¡Lo sabía! ¿Un babero?
—¡Eloy! —exclamé cerrando los ojos, prohibiéndome ver
cómo aquellos babosos se la comían con la mirada—. Ya basta,
tío. Quiero conocerla.
—Ya veo. —Suspiró—. Tranquilo, Pam y yo tenemos previsto
dar una fiesta para la inauguración de nuestro negocio, y de paso
daros una noticia —explicó, mientras me apretaba el hombro de
nuevo, ahora más serio—. Déjame unos días para que lo organicemos
todo y el próximo fin de semana podrá ser toda tuya.
¿Podría esperar? Tendría que fingir que no la conocía. ¿Podría?
Y solo... No. No podía seguir aparentando sin tener ningún
apoyo.
—Eloy, tengo que contarte algo. —Él asintió extrañado. Me
acerqué y le advertí—: No puede saberlo tu novia.
—Tranquilo, si es de Eva, por supuesto. No la trago.
Carraspeé incómodo.
—Conozco a Eva y necesito tu ayuda.
Le conté cómo aquella mujer había llegado a mi vida... y que
verla allí me estaba consumiendo. Que seguía siendo mi debilidad
y que no sabía si la quería de vuelta.